El catafalco de Arbulo…

Recientemente, la iglesia de San Martin de Tours en Arbulo se ha sumado al programa de visitas “Las joyas de la Llanada alavesa”, pasando a engrosar esa categoría destinada con anterioridad a Gazeo, Alaitza y Añua. Razones no le faltan a este templo para complementar y enriquecer lo ofrecido por estas tres iglesias, destacando en el caso de Arbulo sus maravillosas claves góticas y las enigmáticas pinturas rojas que decoran la cabecera medieval original.

Además, este templo custodia otro elemento insólito: en lo alto del coro, encontramos un desconcertante ejemplo de arquitectura efímera, un monumento decorado con tibias y calaveras, y acompañado incluso de un pequeño ataúd en miniatura. ¿Qué es exactamente? ¿Qué función podía cumplir y cómo ha llegado hasta nuestros días?

 

Seguramente esta no será la única entrada que dedicaremos a la arquitectura efímera en nuestra provincia. Es un tema escasamente abordado, difícil de investigar en ocasiones por su dimensión fugaz y desatendido por la relativamente escasa calidad artística de estas construcciones que, sin embargo, guardan una enorme riqueza histórica y antropológica, y nos hablan de un prolongado periodo en el que las escenografías y los decorados gozaron de una gran presencia en infinidad de eventos festivos y en determinadas fechas señaladas en el calendario.

El templete de Arbulo es, con toda certeza, un túmulo funerario o catafalco. Se tiene constancia de este tipo de estructuras fúnebres desde la Antigüedad Clásica, pero en general se las asocia mayormente a la cultura barroca y a determinadas honras y exequias dispensadas a monarcas o personajes particularmente relevantes. Sin embargo, como veremos a continuación, estos elementos alcanzaron en siglos posteriores una mayor popularidad, empleándose siempre como elemento simbólico que venia a sustituir el cuerpo del difunto.

Antes de continuar, cabe mencionar que rara vez este tipo de monumentos efímeros han llegado hasta nuestros días. Ciñéndonos a los funerarios, podríamos afirmar que el de Arbulo es seguramente el único conservado en nuestra provincia, y uno de los muy pocos existentes en el País Vasco -se tiene conocimiento de uno en la Iglesia de Marzana/Axpe (Bizkaia), aunque no he tenido ocasión de verlo-. Para entender mejor la genesis de estos túmulos, y su funcionalidad, hay que remontarse a distintos cambios acontecidos en la cultura religiosa y funeraria a lo largo de los siglos XVIII y XIX. En concreto, cabe mencionar la famosa Real Cédula de Carlos III, emitida en abril de 1787, en la que se promulgaba la construcción de cementerios extramuros, abandonando la práctica común de inhumarse en el interior de las iglesias. Las reservas y resistencias de la ciudadanía a esta medida se hicieron patentes durante décadas, a pesar de que era promovida por razones de higiene y salubridad, ante el comprensible temor ocasionado por las numerosas epidemias. Pocos años después, en 1801, y apremiados igualmente por problemas sanitarios, se publicó una Real Orden “prohibiendo se celebren en los templos funerales de cuerpo presente”. Como cabe imaginar, también esta medida fue sumamente discutida, y en el libro de fábrica de la iglesia de Arbulo podemos constatar en numerosas anotaciones que décadas más tarde seguían celebrándose funerales en presencia del finado.

captura cuerpo
Real orden prohibiendo se celebren en los templos funerales de cuerpo presente (Agosto 1801)

Sin embargo, la existencia de este monumento parece indicar que en un momento dado las sucesivas restricciones hicieron necesario suplir la ausencia del cadáver en ciertas ceremonias por medio de este artefacto. Tradicionalmente, el catafalco solía emplazarse engalanado en el medio de la nave, ante el presbiterio, recibiendo todas las oraciones y bendiciones que le habrían sido dispensadas originalmente al difunto. Seguramente su uso sería habitual en las misas exequiales y también en distintos días señalados en los que se celebrasen aniversarios, novenarios y, especialmente, misas en recuerdo de las Ánimas. Así, es probable que este monumento de Arbulo cobrase una especial significación el día 2 de noviembre, simbolizando a todas las Ánimas del Purgatorio.

Entre los escasos túmulos funerarios conservados en el resto de la península, la mayoría pertenecen al siglo XVIII y cuentan con un despliegue iconográfico mucho más llamativo, vinculado de forma explícita con ese espacio penitencial que acabamos de señalar. En el caso del túmulo de Arbulo, en cambio, su decoración es mucho más discreta y, junto a las cuatro calaveras inferiores -tres en realidad, ya que en uno de los casos tan solo aparecen las tibias cruzadas-, presenta cuatro citas en latín de reminiscencias puramente mortuorias:

 Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris

(Recuerda hombre, que eres polvo, y que al polvo regresarás) Génesis 3:19

 

¿Miseremini mei miseremini mei saltim vos amici mei?

(¡Compadézcanse de mí, amigos míos; compadézcanse!) Job 19:21

 

Nihil enim sunt dies mei

(Mis días son un soplo)

 

Mors peccatorum pessima

(La muerte de los pecadores es siempre funesta)

Lo sorprendente de este monumento no es tan solo que haya llegado intacto y montado hasta nuestros días -tengamos en cuenta que, por norma general, estas estructuras eran desmontadas y almacenadas tras su utilización puntual, como ocurría año tras año con el “monumento de jueves santo”, otro gran ejemplo de arquitectura efímera que, en el caso de Arbulo, puede documentarse su encargo en 1718 al maestro pintor de vitoria Joseph de Rada-, sino que, hasta la fecha, no contemos con ninguna información relacionada con su construcción, origen o posible fecha de realización. Además, a pesar de su abultado tamaño, ha sido completamente ignorado por los distintos especialistas que a lo largo de las décadas han visitado y estudiado el templo. En la ficha dedicada a Arbulo en el Catálogo Monumental de la Diócesis de Vitoria siquiera se menciona su existencia, a pesar de que en una de las fotografías aparece instalado en el mismo lugar que actualmente ocupa. Y en los distintos libros de fabrica del edificio, donde habitualmente se refiere toda novedad o pequeño cambio acaecido en la parroquia, tampoco he encontrado ninguna pista que nos permita arrojar más luz sobre su origen. En este sentido, su pervivencia sigue siendo un misterio.

En 1963, durante la segunda sesión del Concilio Vaticano II, la utilización de estos monumentos fue desechada por medio de un decreto que anunciaba lo siguiente:

 “Queda prohibida la colocación de catafalcos y de lienzos sustitutorios, tanto en las exequias propiamente dichas, como en otras celebraciones por los Difuntos, ya que se desdicen de la verdad que debe resplandecer en los ritos cristianos… Hay ejemplares de catafalcos de gran riqueza en pinturas y bordados que no deben quedar expuestos al deterioro o pérdida, aunque no sirven ya para el culto”.

Esta ordenanza asesto el golpe definitivo a esta larga tradición, de la que el túmulo de Arbulo es aún un testigo mudo.

En términos estilísticos, con ese peculiar aspecto neoclásico, parece una obra de finales del siglo XIX, o principios del XX. Lo cierto es que la pieza más semejante que he podido localizar se encuentra a miles de kilómetros de Álava, en el archipiélago canario, en el interior de la iglesia del municipio de San Juan de la Rambla. Allí, hace cosa de un año, se restauró y recuperó con gran promoción mediática el “único catafalco completo que hay en Canarias”. Al parecer, lo mando construir una vecina de la localidad en 1873, para que fuera empleado en su funeral y en el de su hermano, pasando posteriormente a ser propiedad de la iglesia. Cabe preguntarse si también en el caso de Arbulo su realización y diseño pudo correr a cargo de algún vecino acaudalado del municipio.  Y, sobre todo, parece necesario prestar más atención a este tipo de elementos patrimoniales efímeros, de enorme carga simbólica y religiosa hasta hace poco y de sumo interés etnográfico en nuestros días. Quien sabe si en lo sucesivo, rastreando otras fuentes y documentos, podremos dar con el origen de esta pieza tan singular que, por fortuna, puede conocerse en vivo todos los fines de semana del año.

 

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Imágenes:

– Cabecera: Niño rezando ante las fosas comunes del cementerio de Montjuic (Barcelona), fotografía de Eugeni Forcano © 1963.

 

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